viernes, 20 de junio de 2014

Si tú... Sí, sólo tú...

Y charlas y te quejas,
siempre con la fantasía de lo imposible,
con una bandera blanca bajo la lengua,
bajo el glacial y el arroyo que habitan furtivamente
en el desierto sin esquinas de cualquier boca.
Sólo entonces reposan un sol ennegrecido y su demencia,
los escorpiones que arrasan mi ligera gravedad,
y pausadamente desentierras, casi sin titubear,
casi bajo avalanchas y otoñales epidemias,  
un anciano paraíso sin crepúsculo,
despierto y fundido, alzado y confortante
en su perpetuo, inaudible susurro.
¡Ah!… ¿cuándo me desplomaré como un hambriento
sobre tu pelo con olor a húmedo trébol?  
Si tú me quisieras con el mismo saqueo de paz,
o al menos hurtando pequeñas brasas en el firmamento…
Si advirtieras el difuso estallido que detonas en mí,
o cómo se deshiela hasta mi última altitud,
cómo despides belleza y espuma en cada pestañeo…
Pero, joder, parece tan difícil rozar tus manos,
tus dedos y sus silvestres luciérnagas,
verte y fingir que eres menos de lo que veo;
tan efímero el ritmo industrial de nuestra sangre…
Y yo… ¡Ah!… ¿cuándo y cómo me recompondré?
Desprecio esta falsa maldición de revivir,
estos crónicos infartos que me marchitan
como si fuera un cachorro momificado.  
¿Por qué no extirpar mis aortas
y resecarlas bajo un sol dictatorial?
Excusas, disculpas, argumentos…
Prefiero tu rabioso y apacible asesinato.   


"Ofrecer amistad al que 
pide amor es como dar pan 
al que muere de sed"

- Publio Ovidio Nasón -

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